martes, 15 de febrero de 2011

La lucha por un sueño


Entre las infinitas virtudes que podríamos atribuir a este séptimo arte que tanto amamos, una de las que más agradan a este redactor es la de mostrarnos como los sueños se hacen realidad, como de la lucha por la gloria podemos salir victoriosos. De todo esto y mucho más nos habla el nuevo (y multinominado al Oscar) film de David O. Russell, The Fighter.

The Fighter narra las historias reales (se llevan mucho este año en la Academia) de los boxeadores y hermanastros Micky Ward y
Dicky Englund, centrándose en el primero de ellos y su proverbial lucha por hacerse con el título de campeón de los pesos medios, al mismo tiempo que combate también con una problemática vida. Micky (Mark Wahlberg) se encuentra en el mejor momento de su carrera deportiva, pero se encuentra estancado en malos combates que su madre y su hermano Dicky, ejerciendo de representantes, le consiguen. Al mismo tiempo Dicky (Christian Bale) solo piensa en meterse crack mientras recuerda con melancólico orgullo aquella vez que tumbó a Sugar Ray, el mítico púgil. La vida de Micky cambia cuando conoce a su chica (Amy Adams) y a un hombre de negocios que le ofrece buenos combates mientras no lleve con él a su polémica familia.

Una historia que, pese a su presentación de telefilme de tarde de domingo, es mucho más que un culebrón cualquiera. Para empezar, es una gran noticia la vuelta de Russell a la realización, puesto que desde las más que decentes Three Kings y I (L) Huckabees, esta última de 2004, no habíamos vuelto a saber de él. Por otra parte, pese al buen trabajo que hace Wahlberg al frente del reparto, quien vea esta película solo se acordará de un actor, un actor al que le podemos ir haciendo un hueco en el hall de la fama de la historia del cine, si es que no se lo hemos hecho ya.

Por supuesto, ese actor es Christian Bale. Nominado a un Oscar al mejor actor de reparto por este papel (con todas las papeletas para llevárselo a casa), Bale interpreta a un acabado ex-boxeador adicto al crack con la misma naturalidad con la que le hemos visto dar vida al elegante Caballero Oscuro o al maníaco yuppie de American Psycho. Además, sus cambios de complexión constantes de un largometraje a otro, sumando a esa tan característica forma de actuar, nos pueden recordar fácilmente al mejor Robert De Niro. El tiempo lo dirá. La escena en la que canta con su madre en el coche después de que esta lo sorprenda drogándose, por citar solo una, es muestra de ello.
En otro orden de cosas, la dirección de Russell en general no sorprende, sumándose a una larga lista de realizadores norteamericanos contemporáneos, salvo por ciertos destellos de la calidad que ya nos ha demostrado que posee. El travelling con el que da comienzo, el falso documental que rodea al personaje de Bale, o el genial granulado y colorido de televisión de principios de los 90 para los combates de boxeo, dándole una magia muy especial a una película muy emotiva, recordando, al menos a un servidor, a ese Stone de Natural Born Killers (aunque por supuesto la trama no podría diferir más).

La banda sonora la componen trallazos de clásicos del rock (ahí tenemos a los Rolling, a Whitesnake...) dejándonos para el recuerdo a Bale susurrando Here I Go Again al oído de su hermano, o la toda la secuencia de la caída de Bale y el ascenso de Wahlberg mientras suena la mítica Good Times, Bad Times de Led Zeppelin enterita, por la cual alguien se habrá encargado de aflojar su buena pasta (famosa es la reticencia de los Zep a dejar sus canciones).

El buen hacer de Russell y su gran reparto le ha valido unas cuantas nominaciones a los premios de la Academia, estando entre ellas las categorías magnas que difícilmente le arrebatará a The Social Network; la nominación de Bale para la que está sonando fuerte; y doblete en actriz de reparto, con Amy Adams interpretando a la chica del prota, y una muy grande Melissa Leo como su madre.

En resumen, no una obra maestra, no la película del año, pero si una buena muestra del cine norteamericano actual que merece la pena ver, aunque solamente sea para disfrutar con una de las más grandes interpretaciones de un genio en su oficio como es Christian Bale, y que nos enseñen una vez más (de algunos mensajes el mundo no tiene suficiente) que debemos dar unos cuantos puñetazos, a veces metafóricos, a veces no tanto, para conseguir lo que queremos.

Un saludo, y gracias por leer.

Adrián Díaz

sábado, 12 de febrero de 2011

Enterrado vivo


Se acerca una nueva entrega de la ceremonia de los Oscar y mucho habrá que hablar de las diez nominadas en los próximos días, así que no veo mejor momento que este para hablar de una ausente gran película estrenada este recién acabado año antes de que se nos olvide su paso por las carteleras. Estoy hablando del film de Rodrigo Cortés, Buried.

El por igual sencillo y escalofriante planteamiento inicial de Buried nos mete en la piel de Paul Conroy, un conductor transportista que trabaja para los EEUU en Irak. El convoy en el que viaja es atacado por un grupo armado iraquí, dejando a Paul inconsciente. No es ningún secreto que no se despierta en el lecho de sus sueños. Paul ha sido enterrado vivo en una caja de madera solo con un móvil y un Zippo, y no será liberado si no es a cambio de un rescate. No apta para claustrofóbicos.

Hasta aquí todo bien, otro thriller psicológico que tendría todas las papeletas para pasar desapercibido en las manos de cualquier mercenario realizador que trabajara por encargo en el prometedor guión de algún sobrino del productor. Pero por suerte, el guión de Chris Sparling cayó en inmejorables manos, las del director de origen patrio, el gallego Rodrigo Cortés. Este nos lleva alrededor de unos 90 minutos a través de la evolución psicológica del infortunado protagonista brillantemente interpretado por el normalmente discreto Ryan Reynolds. Si. 90 minutos de un tipo enterrado en un ataúd. Y les aseguro, amables lectores, que cuando el apasionante final da paso a los créditos mientras suena, increíblemente bien escogida, In the lap of a mountain, el propio Alfred Hitchcock se hubiera levantado de su butaca y aplaudido como un poseso.

90 minutos de thriller angustioso, desesperante e impactante; 90
minutos de planos oscuros y tétricos, planos estudiados al milímetro para no cansar ni repetir; 90 minutos de recursos cinematográficos dignos de figurar en los libros de texto de una academia. 90 minutos de lección, de como contar una historia apasionante, con una caja de madera, un hombre, un móvil y un mechero. Si que algo como esto no solo no aburra, si no que te eche del cine con la sensación de haber contemplado algo único, no es una genialidad, por favor, que alguien tenga la bondad de explicarle a un servidor lo que significa esa palabra.

Cortés entra en la historia del cine por la puerta grande, con un proyecto arriesgado, sencillo en su concepción y endemoniadamente difícil en su realización. Un guión sólido y perfectamente estructurado que destruye lo que previamente se ha encargado de crear con pasmosa naturalidad. Una banda sonora discreta pero que cumple su función hasta salirse de las normas para regalarnos una genial canción final que el espectador no olvidará jamás. Ryan Reynolds, único actor en esta singular epopeya, hace un genial trabajo que no pasará desapercibido por las productoras de ahora en adelante al encarnar a un hombre desesperado y voluble cuyas emociones son puestas al límite de lo que cualquier ser humano pudiera experimentar jamás. Su madurez interpretativa queda patente a la hora de bordar este complicado papel.

Pero la verdad es que no hay mucho más que comentar de este film. Por brillante que sea, que lo es, como ya se ha dicho, son 90 minutos de un hombre en un ataúd: No hay más que contar. Alquílenla, rebélense contra Sinde o esperen a verla en su canal favorito, pero disfrútenla porque sin duda, es algo especial. Cierta polémica que no viene al caso ha apartado este título de los Oscar, pero tan pronto como la gala termine y la alfombra roja se guarde hasta el año que viene, no se olviden de una película que merece toda su atención.

Hasta la próxima y gracias por leer.

Adrián Díaz