sábado, 12 de febrero de 2011

Enterrado vivo


Se acerca una nueva entrega de la ceremonia de los Oscar y mucho habrá que hablar de las diez nominadas en los próximos días, así que no veo mejor momento que este para hablar de una ausente gran película estrenada este recién acabado año antes de que se nos olvide su paso por las carteleras. Estoy hablando del film de Rodrigo Cortés, Buried.

El por igual sencillo y escalofriante planteamiento inicial de Buried nos mete en la piel de Paul Conroy, un conductor transportista que trabaja para los EEUU en Irak. El convoy en el que viaja es atacado por un grupo armado iraquí, dejando a Paul inconsciente. No es ningún secreto que no se despierta en el lecho de sus sueños. Paul ha sido enterrado vivo en una caja de madera solo con un móvil y un Zippo, y no será liberado si no es a cambio de un rescate. No apta para claustrofóbicos.

Hasta aquí todo bien, otro thriller psicológico que tendría todas las papeletas para pasar desapercibido en las manos de cualquier mercenario realizador que trabajara por encargo en el prometedor guión de algún sobrino del productor. Pero por suerte, el guión de Chris Sparling cayó en inmejorables manos, las del director de origen patrio, el gallego Rodrigo Cortés. Este nos lleva alrededor de unos 90 minutos a través de la evolución psicológica del infortunado protagonista brillantemente interpretado por el normalmente discreto Ryan Reynolds. Si. 90 minutos de un tipo enterrado en un ataúd. Y les aseguro, amables lectores, que cuando el apasionante final da paso a los créditos mientras suena, increíblemente bien escogida, In the lap of a mountain, el propio Alfred Hitchcock se hubiera levantado de su butaca y aplaudido como un poseso.

90 minutos de thriller angustioso, desesperante e impactante; 90
minutos de planos oscuros y tétricos, planos estudiados al milímetro para no cansar ni repetir; 90 minutos de recursos cinematográficos dignos de figurar en los libros de texto de una academia. 90 minutos de lección, de como contar una historia apasionante, con una caja de madera, un hombre, un móvil y un mechero. Si que algo como esto no solo no aburra, si no que te eche del cine con la sensación de haber contemplado algo único, no es una genialidad, por favor, que alguien tenga la bondad de explicarle a un servidor lo que significa esa palabra.

Cortés entra en la historia del cine por la puerta grande, con un proyecto arriesgado, sencillo en su concepción y endemoniadamente difícil en su realización. Un guión sólido y perfectamente estructurado que destruye lo que previamente se ha encargado de crear con pasmosa naturalidad. Una banda sonora discreta pero que cumple su función hasta salirse de las normas para regalarnos una genial canción final que el espectador no olvidará jamás. Ryan Reynolds, único actor en esta singular epopeya, hace un genial trabajo que no pasará desapercibido por las productoras de ahora en adelante al encarnar a un hombre desesperado y voluble cuyas emociones son puestas al límite de lo que cualquier ser humano pudiera experimentar jamás. Su madurez interpretativa queda patente a la hora de bordar este complicado papel.

Pero la verdad es que no hay mucho más que comentar de este film. Por brillante que sea, que lo es, como ya se ha dicho, son 90 minutos de un hombre en un ataúd: No hay más que contar. Alquílenla, rebélense contra Sinde o esperen a verla en su canal favorito, pero disfrútenla porque sin duda, es algo especial. Cierta polémica que no viene al caso ha apartado este título de los Oscar, pero tan pronto como la gala termine y la alfombra roja se guarde hasta el año que viene, no se olviden de una película que merece toda su atención.

Hasta la próxima y gracias por leer.

Adrián Díaz

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